11. La prima de Martin y nuestra casa.

La prima de Martin volvió de Londres con un novio irlandés y embarazada de dos meses.
Obviamente, a nosotros no nos cayó nada simpática la noticia, pero tampoco nadie sentía nada serio por ella como para dramatizar la situación. En realidad, ninguno de nosotros conocía profundamente a Linda, porque Linda nunca nos había dado lugar para que lo hiciéramos. De todos modos, que se viniera con un europeo era como la confirmación de todo eso: nunca se había relacionado con ninguno de nosotros porque éramos poca cosa para ella y ahora, en cuanto tuvo la primera oportunidad se trajo al europeo para demostrar que ella no era mujer para isleños como nosotros.
De todas maneras, ahora los tres estábamos felices y más seguros de nosotros mismos que nunca, con casa propia –alquilada- en el centro de la ciudad. Le llamábamos la “base de operaciones”, cosa que no le gustaba a los que habían vivido la época de la invasión, porque decían que palabras como esas no debían repetirse en las islas. Para nosotros era gracioso y además era lo que realmente era: un lugar desde donde íbamos y veníamos no sólo Arthur, Martin y yo, sino todos nuestros amigos que todavía no tenían lugar propio. Tanto fue así que finalmente -y por suerte- tuvimos que darle un lugar a la prima de Martin y al Irlandés para que dieran sus clases de danza en una de nuestras habitaciones.
Linda y Arnold se habían conocido estudiando danza en Londres, y pretendieron vivir de dar clases a la gente de las islas. En un principio nos rehusamos a alquilarles la pieza, pero esa resistencia duró poco tiempo. Lo que duró esta conversación durante una cena:
- Mi prima nos está pidiendo un favor – dijo Martin
- ¿Qué favor? – pregunté yo, absolutamente desconfiado, con Arthur mirando con total aprobación a mis palabras.
- No sean boludos, che, está embarazada.
- Que se joda – dijo Arthur
- Es imposible que vaya la gente hasta la granja para estudiar danza. Ellos tienen que dar danza acá, en el centro – expuso Martin. Nosotros lo mirábamos todavía sin entender.
- ¿Y?
- ¿Y?
- Y que ella dice que podría pagarnos una especie de alquiler por usar algunas horas la pieza de adelante, para poder hacerse de un grupo de gente acá, y que después, si todo anda bien, alquilarían un local más grande.
Nuestra casa era grande, de las primeras que hubo en la isla. Martin, Arthur y yo dormíamos en la misma pieza y teníamos otra habitación libre que la reservábamos para que alguno pudiera irse solo o acompañado alguna noche, y también para que la usara todo el que quisiera visitarnos. En realidad, casi siempre terminaban ocupándola las bicicletas, pelotas, ropa sucia, y sólo a veces alguien. De todos modos, al principio seguíamos sin acceder:
- No, ¿y dónde metemos todo eso? – preguntaba Arthur.
- ¿No tienen un mango? – pregunté yo.
- No. No – respondía Martin.
Hicimos silencio un rato. Después hicimos bromas, mientras yo me empezaba a remangar para lavar los platos. Durante todo ese mes, a mí me había tocado lavar los platos. Era una tarea terrible, porque no había nada que yo pudiera hacer para controlarla o acotarla. De nada servía que yo lavara bien, mal, rápido o despacio, siempre volverían los platos, sucios otra vez, como si nunca los hubiese lavado, por más que no los lavara durante días, por más que los lavara cada dos horas. De pronto Arthur, cuando yo ya estaba concentrado en esa tarea, dijo como si hubiera descubierto algo:
- ¡Muchachos! ¡Ya está!.
Se paró con los brazos en alto, y empezó a dar vueltas alrededor de la mesa como festejando un gol, en silencio, con la boca abierta.
- ¿Qué te pasa? – le preguntamos.
- Lo tengo, lo tengo – dijo por fin, y volvió a sentarse, ahora en la cabecera de la mesa. Me hizo una seña para que me sentara yo también. Me sequé las manos y lo hice. Entonces expuso su teoría, que fue contundente, clara y definitiva:
- Mujeres – dijo
- ¿¿...??
Hubo un instante de silencio, luego del cual la conversación giró en torno a nuestra fantasía de tener a toda hora la casa llena de mujeres estudiantes de danza corriendo en zapatillas de baile y nosotros detrás de ellas.
Finalmente tuvimos a Linda y su lindo novio en nuestra casa, dando clases todos los lunes, miércoles y viernes, de seis a nueve de la noche, días y horas en los que, por nada del mundo dejábamos de estar ahí.

No hay comentarios: