2. Entretiempo

Me desperté a la mañana ansioso. Con todo lo que había viajado y con lo poco que había dormido creí que me iba a despertar mucho más tarde. Y sin embargo, antes de las nueve ya había abierto los ojos, y por más que tenía sueño, la ansiedad por el día que podría venir me impedía volver a dormir. Di vueltas un par de veces en la cama, hasta que me levanté. Desde un botón en la cabecera se abría la persiana. Lo accioné, y entró la luz del día argentino, el sol. Me quedé un rato acostado, semidesnudo y destapado, y me sentí feliz de estar en el lugar y la forma en que estaba. Era la primera vez que viajaba fuera de las islas, lejos de mis padres. Sentía que algo importante podía empezar. Y en parte fue así. No sé si fue el viaje o qué otra cosa me pasaba en aquel momento, pero algunas cosas empezaron a cambiar en mi cabeza. Sentía que era grande, tenía dieciocho años y me parecía que había muchas otras cosas en el mundo además de lo que me habían ofrecido.
Con esa fuerza me levanté, me bañé y salí a desayunar. No me quedé en el hotel. Preferí ir a algún bar cercano, para conocer. No era atractivo Buenos Aires en esa zona, pero lo disfruté igual. Las calles estaban sucias, se respiraba un aire húmedo y había muchos autos. Muchos más de los que yo estaba acostumbrado. Como en las películas.
Caminé unas cuadras y entré a un bar. El mozo se esforzó por entenderme cuando supo que era extranjero, y lo logró. Con muy pocos problemas me trajo el café con leche que le pedí. Me habían recomendado que comiera “medialunas”, y cuando las vi sobre el mostrador, mas doradas y brillantes que los “crossaints” que yo conocía, las pedí. Las señalé, porque no me animaba a nombrarlas en castellano. Después hojeé un diario que estaba sobre una de las mesas. Miré las fotos, y busqué si había algo sobre mi visita. A principio de año varios conocidos míos que habían viajado como yo habían salido en los diarios argentinos, les habían hecho reportajes, y hasta uno de ellos con foto.
Las islas fueron invadidas por los argentinos justo un año antes de que yo naciera. Casi veinte años después, ambos países iniciaron una “Política de Apertura e Intercambio Económico y Cultural”, fomentada por el “Programa para la paz mundial en el siglo XXI” de las Naciones Unidas. Fue en este marco que viajamos muchos jóvenes de las islas a Argentina y viceversa, con el auspicio de los gobiernos de Londres y Buenos Aires. Según me contó Natasha, en Argentina se inscribieron muchísimos jóvenes para viajar, y se eligieron a los mejores promedios de cada provincia para enviarlos a conocer las islas. En las islas, en cambio, la convocatoria no fue ampliamente divulgada (aunque es difícil que algo no se divulgue entre los pocos que somos): sólo había carteles en algunas instituciones del gobierno, por lo que casi todos los que viajamos fuimos parientes o conocidos de funcionarios del estado.
Terminé de mirar el diario -sin éxito- y volví al hotel. Se acercaba la hora en que Natasha pasaría a buscarme.
Llegué al hall y todavía no había llegado. Subí a buscar un bolso con cosas para pasar el día y cuando bajé, mi anfitriona me esperaba.
Cuando la vi sentada en los sillones del hotel, ajena y despreocupada, con unas bermudas y una musculosa que me presentaban sus hombros finos y redondeados, me di cuenta de que la había extrañado.

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