17. Estampillas.

Con la llegada del verano, el Bureau debía votar cuál sería el motivo que ilustraría las estampillas de fin de año. Como siempre, se había armado toda una expectativa en torno al tema y también en torno al evento que cada año se repetía. Y el debate correspondiente. Durante los días anteriores los noticieros difundían las mociones que proponían los distintos asambleístas. El dilema de este año estaba dado, según lo que contaban diarios, revistas y televisión, por los que proponían motivos alusivos a la unión comercial entre Argentina y las islas, enfrentado a los que pretendían homenajear a la princesa Diana, que decían que desde su muerte nadie le había hecho un homenaje en las estampillas a ella, y menos aún a su obra de caridad. Discutían estas dos ideas en los programas de televisión a toda hora, y Andrew, como siempre, no podía estar ajeno a todo esto. Creo que tenía algún arreglo con uno de los asambleístas que iban a votar por la obra de Lady Di. Había periodistas apoyando a cada moción, todo el tiempo debatiendo.
Linda, como siempre, tenía su objeción a todo esto. La gente seguía el debate e incluso participaba de él, tomando partido muchas veces por uno u otro bando. Cada una de las noches previas a la votación estuvimos siguiendo el tema con Linda. Lo vimos a Andrew, a mi jefe, al presidente de la asamblea. Incluso salieron por televisión también mis padres. Ellos salieron muchas veces, justamente porque los presentaban como “el matrimonio de las dos posiciones”, porque mi papá apoyaba a la moción de la unión entre los países y mi mamá a la obra de Lady Di. Linda se reía de todo esto:
- ¡Te tenés que sentir orgulloso de la familia pluralista que tenés! ¿Y vos a quien preferís?
Yo me reía y no le contestaba.
- Así que ese es todo el debate- seguía ella, analizando la situación – Eso es todo, y así nos quedamos. ¿Y los de “Sin Cadenas”? ¿Vos sabés que es lo que quieren los de “Sin Cadenas”?
- Matarnos
- Que tonto que sos. Los “Sin Cadenas” quieren que las islas no sean de nadie. O mejor dicho, que sean nuestras. Que sean un país, simplemente ¿tan complicado suena? Que seamos un país como cualquier otro. Y que no nos hinchen más las pelotas. Si nosotros no somos europeos. Mirá el frío que hace. Mirá el viento. Estamos en agosto, no en enero. Somos distintos.
- Eso es imposible. Nadie los apoya acá, la gente ni sabe que existen, Linda. La gente está en otra cosa.
- ¿Qué importa que la gente los apoye? A tu viejo quién los apoya. A Lady Di quién la apoya? Nadie los apoya más que Andrew y sus jefes.¿Vos te cruzaste con alguien en la calle realmente preocupado por estas estampillas de mierda?
- Sí, Linda, todo el tiempo, en el trabajo, en todos lados.
- Vos porque trabajás en la tele, pero te puedo asegurar que en la calle, la gente, no discute demasiado por esto.
Se quedó un instante callada, mientras parpadeaban las imágenes de la tele, y después agregó:
- Al menos no toda la gente.
En la ceremonia de la votación me tocó tener más participación de la que esperaba: Andrew tuvo la noticia más importante de su vida profesional hasta ese momento: lo llamaron a conducir la ceremonia de elección del motivo de la estampilla. El canal había mandado a todos los móviles y yo mismo tuve que ir a cubrir la nota. Aunque mi función consistía únicamente en sostener el micrófono cuando fueran todos juntos, los periodistas de todos los medios, a hacer preguntas. Yo no tenía que decir nada. Simplemente orientar el micrófono para el lado del que preguntara, y después hacia la respuesta. Me instruyeron explícitamente para que no hiciera otra cosa que eso.
La camioneta apestaba del olor a perfume de Andrew que, pese a todo, vino con nosotros. Aunque no hacía frío, fuimos tomando licor hasta que llegamos allá para apoyarlo, para que no se sintiera nervioso. Pero Andrew no estaba nervioso. Cuando subió al escenario se le dibujó la sonrisa más exultante que jamás le haya presentado a cámara, y la mantuvo incluso en los cortes, cuando todos se relajaban y aprovechaban para ir a sentarse a las mesas a charlar, y yo me juntaba a tomar y comer algo con Mark, que descansaba de correr y sostener la cámara sobre su hombro todo el tiempo. Cuando volvía la luz al escenario y se retomaba la transmisión corríamos los dos, cada vez más risueños por el alcohol a medida que pasaba la noche, y cuando se bajaban los expositores del escenario corríamos a su encuentro para cumplir nuestras tareas, él de camarógrafo y yo de sostienemicrófono. Expusieron sus mociones veinte de los cincuenta y seis asambleístas. Diez defendiendo cada posición. Y Andrew se las arregló para decir algo interesante en cada una de sus veinte intervenciones. Finalmente se hizo la votación, y los sobres confeccionados en cada una de las mesas fueron lacrados, y en el último corte, abiertos uno por uno y contabilizados por un escribano a un costado del escenario, mientras una banda musical cantaba canciones alusivas. Andrew se paró delante de su atril y a sus costados se ubicaron el presidente de cada uno de los bloques. Sobre ellos, detrás, estaban las imágenes ampliadas de cada uno de los modelos de estampillas: una con la imagen de una azafata sonriendo sobre la frase “Un comercio libre para un futuro de paz”; la otra con un dibujo colorido con caras de chicos, sobre la foto transparente de la homenajeada, y letras escritas como a mano, diciendo: “No nos olvidemos de ayudar”.
Andrew abrió el sobre, y se hizo un silencio en el que sólo resonaban algunos ruidos de cubiertos posándose sobre platos. Por alguna razón, en ese momento recordé que cuando yo era chico, los modelos de estampillas a votar eran más, a veces cinco o seis, y que mis padres estaban más preocupados, y discutían en la mesa sobre eso. Sólo en los últimos años se habían reducido a tres, y finalmente a dos. Entonces Andrew leyó en voz alta el nombre de la estampilla ganadora:
- “¡No nos olvidemos de ayudar!”
En ese momento, sentí que me empujaban, y vi una avalancha de personas comenzaba a trepar el escenario. Allí me di cuenta de que no debería esperar a que el ganador baje, y debería correr yo también para acercar el micrófono al escenario. Trepé, y vi cómo se le desgarraba un vestido plateado a Catherine, de radio Stanley. Alguien me pisó la mano y eso me dio más fuerza para finalmente empujar yo también, y estirar el brazo hasta lograr mi objetivo de hacer que Albert Collins hable para TVI. Mi cabeza estaba apoyada sobre la espalda de algún periodista y mis ojos cerrados. Escuchaba lo que hablaban por el altavoz del salón. Aguanté todo lo que pude, hasta que la luz del escenario finalmente se apagó, y entonces me senté en el piso, buscando a Mark, a quien encontré finalmente parado en una mesa, apagando su cámara que era, también, una de las tantas que había cumplido con su cometido.

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