9. Cartas.

Extrañé algo a Natasha al principio, pero también me sentí bien en las islas. En alguna de las primeras cartas que nos mandamos mencionamos la posibilidad de que alguno de los dos se fuera a vivir a donde el otro:
“Podríamos vivir de lo que nos pagaran los periodistas para hacernos reportajes. Sería una noticia fascinante para ellos: ‘El kelper y la argentina’”, decía bromeando en su segunda carta, pero fue una idea que se fue diluyendo a medida que avanzaron las cartas y los meses.
Las primeras cartas con Natasha eran apasionadas. O tristes o felices. O las dos cosas a la vez. Nos decíamos que nos extrañábamos y era cierto. Al principio nos jurábamos la seguridad de que éramos los únicos en nuestros pensamientos. Pero después, como debía suceder, empezamos a dejar de hablar de esa exclusividad y, casi imperceptiblemente, entre carta y carta fuimos dejando de ser futuros amantes apasionados para pasar a ser poco a poco, buenos amigos y excelentes confidentes, a los que podía preguntárseles cosas que solo podía responder alguien que estuviera a la distancia, y que no hablara el mismo idioma que uno.
Eso fue para mí Natasha los años siguientes, y quizás eso fui yo para ella. Creo que a los dos nos pasó lo mismo, y fue una suerte y algo a valorar el que hayamos coincidido en eso con el paso del tiempo.
La primera carta la escribí en la granja que tenían los tíos de Martin cerca de Port William. Los tíos y la prima de Martin habían viajado a Londres y le habían pedido a él que fuera a la granja todas las veces que pudiera para cuidarla, darle de comer a los chanchos y a las ovejas y cuidar el pasto. Fue muy bueno el poder contar con un lugar así para nosotros. Nos apropiamos del viejo jeep de Linda, la prima de Martin, y lo empezamos a usar para ir y venir todos los días. Desde ese momento y durante todo el año que duró el viaje de los dueños de casa nos estuvimos encontrando todas las tardes, a las siete, para pasar la noche en esa granja, y al otro día levantarnos todos juntos aunque los horarios no nos coincidieran. Arthur entraba a la fotocopiadora a las nueve, Martin abría la biblioteca del colegio a las diez, y yo lo acompañaba, para ver si en la cartelera había algún trabajo anunciado para mí. Casi nunca había trabajos anunciados para mí en la cartelera. En realidad, casi nunca había trabajos anunciados para mí en ningún lado. Mi padre me ofrecía muchas veces oportunidades en el Bureau, pero yo no quería. No me imaginaba trabajando con él. Me incomodaba por mí, por él y por la otra gente que trabajaría con nosotros. Por eso yo esperaba conseguir otro trabajo, cosa que recién pudo ocurrir en verano.
Mientras tanto, casi todas las tardes volvíamos a encontrarnos los tres en el jeep para volver a la granja. Los fines de semana nos instalábamos definitivamente y no nos movíamos de ahí. Nos quedábamos porque nos divertía usar la casa, prender el hogar, comer desayunos suculentos, pasear en Jeep por pantanales y jugar al fútbol en el pasto, a veces, cuando el frío y el viento nos lo permitían.
Ese fin de semana nos quedamos jugando a las cartas hasta tarde, comiendo cosas, fumando y tomando. Conversando con la tele puesta en películas que sólo vimos de a ratos, cuando aparecía alguna escena interesante. Eran las primeras veces que estábamos juntos después de mi viaje, y yo me sentía a gusto de poder contarles mis anécdotas del viaje a mis amigos. El primero en quedarse dormido fue Arthur, que se tiró en uno de los sillones. La conversación con Martin siguió un tiempo más, dejando de lado las anécdotas risueñas y centrándonos en Natasha y en lo que me había pasado con ella:
- Quedamos en escribirnos, pero no me animo. No quiero empezar yo. No me animo.
- Llamala por teléfono.
- Es un lío.
- Escribile, aunque sea no le digas que la extrañás, y todo eso, pero al menos mandale una carta. Es lindo escribir cartas. Yo escribía de vez en cuando. ¿Sabés a quién le escribía? A mi prima, acá, a esta casa.
La prima de Martin era linda. Se llamaba Linda y era linda. Esa casualidad entre su nombre en inglés y su significado en castellano, obviamente me la hizo notar Natasha, mucho más adelante en una carta.
- La maestra nos había hecho mandarle alguna carta a alguien, y yo empecé a escribirle a Linda. Le escribía aunque la veía todos los días en la escuela. A veces le daba las cartas personalmente. Ella nunca me las contestaba.
En ese momento, Arthur se movió en el sofá, acomodó los almohadones y levantó la mano para acotar, con voz de dormido:
- Yo también le hubiera escrito cartas a tu prima – y siguió durmiendo.
Los dos reímos. Siempre todos le hacían bromas a Martin con su prima. En la escuela todos quisimos alguna vez ser novios de Linda. Y si Martin fue el único que no quiso fue, justamente, porque era su primo.
- Es lindo escribir. – retomó Martin mientras empezaba a extender un acolchado que había traído de alguna pieza, y se tiró a dormir en el otro sofá.
- Me robaste el lugar – le dije, cuando deduje que me tendría que ir a dormir a la habitación solo o debería acostarme en los almohadones en el piso. Martin sonrió acurrucándose debajo del acolchado, y dijo:
- Por lo menos te dejé esa otra frazada que es más abrigada. Debe ser de mi prima.
Me quedé un rato sentado al lado de la mesa, en silencio. Antes de dormirse, Martin se sentó abruptamente en el sofá y me dijo:
- Escribile ahora.
- No tengo lapicera.
- No seas boludo – me dijo, y finalmente se durmió.
Busqué una lapicera y papeles en el escritorio del tío de Martin, y escribí hasta que nacieron las primeras luces del día. Al principio no sabía si empezar con un “querida”, un “amada”, un “estimada”, un “extrañada”. Finalmente empecé simplemente con su nombre, y escribí una carta larga, llena de pensamientos que al día siguiente no se los pude contar ni siquiera a mis amigos.

No hay comentarios: