16. Carta de Natasha.

Y por fin, después de tanto tiempo volví a tener contacto con Natasha. Me envió una carta que llegó en el momento más oportuno –en ese momento- que empezaba a sentirme necesitado de su voz (de su confianza, de su hablar).
Natasha era como una bocanada de aire en la sequedad de esos días de confirmaciones inquietantes. Debo aclararlo: fue a partir de las cartas de Natasha y las mías que reconstruí esta historia casi naturalmente, como si hubiera ocurrido en el momento mismo en que la escribía. Fueron esas cartas las que describieron todos los hechos y parte de sus explicaciones. La que refiero ahora comenzaba con un apasionado y alentador:
“Querido David”
Y seguía de manera inquietante, sorprendentemente en coincidencia con las últimas noticias:
“Dejé de trabajar en la cancillería. No sé porqué, pero ya no me necesitan. Ni a mí, ni a mi amiga que vos conociste, ni a un montón más. Parece que el gobierno ya no se interesa tanto por las islas, yo no sé si será porque definitivamente confirmaron que nunca van a poder tenerlas, o porque consideran que lo que consiguieron ya es suficiente, pero la cuestión es que la secretaría donde yo trabajaba ya no la ocupa nadie. No me importa demasiado por ese lado, porque a mí todo esto me sirvió para conocerte a vos, y tenerte siempre en las cartas para contarte todo, y que me cuentes.
“...No estuve mucho tiempo sin trabajo. Conseguí otro bastante pronto, al menos bastante antes de Marta, que todavía está buscando. Lo que sí es que gano la mitad. Así de simple. Exactamente la mitad de lo que ganaba antes. Ya no uso tanto el inglés –seguro que por eso mis cartas van a ser cada día más largas, para no perder la práctica- y tuve que mudarme a un departamento mucho más chico y recortar algunos gastos. Ya no tengo más cable –por lo tanto ya no me entero de tus noticias por la televisión -, casi no uso el teléfono, lavo y plancho todo yo. Espero no tener que volver a la casa de mis padres, eso sí. No sé cómo se hace para aguantar todo esto. Yo, por lo pronto, en tres meses y medio ya me cansé absolutamente. No sé si me acostumbraré, o qué, pero no es muy simpático. De todos modos sé que hay ex-compañeros que están peores, así que por ahora aguanto.
“...Bueno, ¿vos cómo estás? Espero que bien (en realidad, no tanto como la vez pasada, porque me puse bastante celosa con esas cosas que me contaste. No, mentira, es un chiste. Espero que estés bien)...”
Cuando leía las cartas de Natasha sentía un movimiento en el pecho, en los pulmones. Me hacía bien. Y me gustaba imaginarme que ella también sentía algo parecido. Me imaginaba eso pero otras veces me imaginaba que no era lo mismo, y que quizás era un mero entretenimiento o, como ella decía, un ejercicio de inglés. Entonces ahí me sentía mal, y el sentimiento en el pecho era otro, más parecido al que me invadía últimamente. Pero siempre me gustaba quedarme con la otra sensación, la de la ilusión que justificaba todo.
La noche que recibí esa carta me quedé hasta muy tarde con la lamparita prendida, leyendo todas las cartas, las de ellas y las fotocopias de las mías, sin saber muy bien porqué, o quizás para eso, para que se me llenara el pecho de esa sensación, la del optimismo irracional, mas preocupado por ser que por saber la verdad.

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